Un cliché, como muchos, pero había algo en él que lo hacía diferente. Este es EL PAYASO GLOBOFLÉXICO, llamado así porque era un experto en globoflexia, tanto así que no sólo los niños le pedían figuras de globos, también los padres.
En un rincón oscuro de la feria, donde las luces parpadeantes y las risas infantiles se mezclaban con la melodía típica de las ferias, trabajaba EL PAYASO GLOBOFLÉXICO. Podría parecer un cliché, otro rostro pintado que intentaba arrancar sonrisas, pero había algo en él que lo hacía diferente. Su magia, aparentemente inofensiva, escondía horribles secretos.
A diario, se paseaba por la feria con su maleta llena de globos. Los moldeaba con maestría en figuras de perritos, pistolas y serpientes, siempre con una sonrisa amplia y ojos llenos de bondad. La gente lo adoraba, especialmente los niños, que se agolpaban a su alrededor, fascinados por su habilidad para transformar simples globos en divertidas figuras. Pero, lo que nadie sabía, ni siquiera el propio payaso, era que estos globos ocultaban un siniestro poder.
Cuando el sol comenzaba a ocultarse y la feria se llenaba de sombras, los globos cobraban vida. Aquel inocente perrito se transformaba en un perro gigante muy hambriento, devorando a su presa. La pistola, que parecía inofensiva en manos de un niño, se convertía en un arma real, que mágicamente disparaba a su portador. La serpiente de globoflexia que antes había arrancado risas, ahora mostraba sus colmillos venenosos.
Lo más curioso era que EL PAYASO GLOBOFLÉXICO no era consciente de lo que sucedía. Ignoraba completamente el terror y el caos que sus globos causaban. Para él, su trabajo terminaba con la sonrisa de un niño y un «gracias» antes de que éstos se alejaran, felices con su nueva figura de globo. No se enteraba de las tragedias que se desataban cuando esos mismos niños se encontraban solos en un rincón oscuro o en la seguridad de sus hogares.
Cada noche, después de un día agotador en la feria, EL PAYASO GLOBOFLÉXICO regresaba a su caravana, satisfecho con su jornada. A veces, recordaba las risas de los niños, los aplausos de los padres y sentía que estaba haciendo un buen trabajo. Sin embargo, mientras él dormía tranquilo, la ciudad lloraba a sus víctimas. Los rumores comenzaron a extenderse, pero nadie sospechaba del simpático payaso de la feria. Nadie imaginaba que esos inofensivos globos eran la causa de tanto dolor y sufrimiento.
Lo que lo hacía diferente al resto era su inocencia. Mientras otros payasos de su tipo quizás actuaban con malicia, él realmente creía en la alegría que su magia podía traer. Nunca se le habría ocurrido que esos mismos globos que fabricaba con tanto cariño y dedicación eran responsables de tantas muertes. Y así, noche tras noche, el ciclo continuaba: la feria, los globos, las risas y, en la oscuridad, el horror. Quizás algún día alguien descubriría la verdad, pero hasta entonces, EL PAYASO GLOBOFLÉXICO seguiría con su rutina, sin saber que detrás de cada figura de globo se ocultaba una tragedia. Su diferencia radicaba en su desconocimiento, en su incapacidad para ver más allá de la felicidad que creía repartir. En ese mundo de luces y sombras, él era un inocente portador de destrucción, un personaje trágico sin saberlo, viviendo su propia ilusión de bondad en un mar de maldad inadvertida.