LA FERIA DEL TERROR

La Feria de Terror, enclavada en un lúgubre descampado al borde del bosque, se erige como un macabro espectáculo de luces parpadeantes y carpas desvencijadas. En el aire, una mezcla de risas nerviosas y el inconfundible olor a algodón de azúcar se entrelaza con el aroma a óxido y humedad, creando una atmósfera inquietante que atrae a los curiosos y desprevenidos. A medida que los visitantes cruzan la entrada, un payaso con una sonrisa exageradamente ancha y ojos inyectados de locura los recibe. Su apariencia extravagante parece inofensiva, pero una sensación de incomodidad se filtra entre la multitud. Los personajes siniestros, disfrazados de feriantes amables, los guían a través de atracciones aparentemente inofensivas: un carrusel chirriante, juegos de tiro y puestos de golosinas. Sin embargo, la realidad es muy diferente.

El primer indicio de peligro se manifiesta en la Casa de los Espejos, donde los reflejos se distorsionan hasta el punto de ser irreconocibles. Los espejos parecen moverse por voluntad propia, atrapando a los incautos en un laberinto sin salida. Gritos ahogados resuenan, pero los demás visitantes los confunden con efectos de sonido.

En las atracciones terroríficas, los personajes siniestros cobran vida: fantasmas, zombis y muñecas de aspecto perturbador acechan en las sombras. Los feriantes, quienes al principio parecían actores disfrazados, revelan sus verdaderas intenciones. No son meros empleados de la feria, sino entidades sobrenaturales sedientas de almas humanas.

Los visitantes, inicialmente pensando que todo es una broma elaborada, pronto se dan cuenta de su error. Intentan escapar, pero las salidas desaparecen ante sus ojos, reemplazadas por pasadizos oscuros y sin fin. Los personajes siniestros, ahora mostrando su verdadera forma, los persiguen incansablemente, disfrutando de su terror.

La Feria de Terror, un lugar donde las bromas macabras se convierten en pesadillas reales, devora a los incautos, dejándolos atrapados en un ciclo eterno de miedo y desesperación, sin posibilidad de escape.